EL GRAN CAMBIO ES DESDE DENTRO
Anastasio Gil
Director de OMP en España
Hace 99 años, el planeta estaba convulsionado por los efectos de la I Guerra Mundial. Hacía poco que esta había concluido, pero sus efectos devastadores se podían palpar en la sociedad. La Iglesia también sentía que algo importante estaba cambiando el mundo. La actividad misionera había recibido un fuerte zarpazo por la “baja” de tantos misioneros europeos que, por efectos de la situación, habían regresado a sus orígenes o habían abandonado la barca. A ello se sumaba un hecho que ahora, desde la perspectiva histórica, somos capaces de valorar: la falta de vocaciones nativas.
Las Iglesia nacientes se habían acostumbrado a “recibir”; nunca habían sentido la necesidad de “dar” de sí mismas. Parecía que los misioneros venían de lejos con los bolsillos llenos de viandas.
En estas circunstancias, el papa Benedicto XV publica la carta apostólica Maximum illud, sobre la urgencia de la actividad misionera de la Iglesia. Era el 30 de noviembre del año 1919. En ella el Pontífice denunciaba proféticamente la necesidad de cambiar el mundo, cambiar los corazones, desde dentro. Es profética, porque hasta la fecha la idea era que, si algo podía producir un cambio, vendría desde fuera. Grave error. Benedicto XV señala que la transformación que necesita la humanidad brotaría de las comunidades cristianas que estaban naciendo en distintos puntos del mundo. ¿Adónde apunta el Papa? A las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada que Dios estaba suscitando en las Iglesias jóvenes.
Estas intuiciones del Papa estaban en sintonía con algunas iniciativas que el Espíritu Santo había ido suscitando en laicos sencillos y anónimos. Iniciativas que, de manera providencial, asume como propias y que serían, poco después, las Obras Misionales Pontificias de Propagación de la Fe, Infancia Misionera y San Pedro Apóstol. Al comprobar que la Iglesia se había puesto en marcha para orar juntos y colaborar con los que eran enviados a la misión, el papa Pío XIestablece, el 14 de abril de 1926, una Jornada Mundial de las Misiones que se celebraría, a partir de ese mismo año, el penúltimo domingo de octubre. Así, nos situamos hoy en el 92 aniversario de este día que conocemos con el acrónimo “Domund”.
“Discípulos misioneros”
La lectura de las últimas cartas del papa Francisco, incluso el Mensaje que ha entregado a la Iglesia con motivo de la Jornada de este año, junto a su discurso a los directores nacionales de OMP el pasado 1 de junio, nos lleva a comprobar que hay motivos sobrados para asumir las preocupaciones que promovieron la publicación de la Maximum illud de Benedicto XV, cuyo centenario celebraremos el próximo año. No es el momento ni el espacio para enumerar o analizar lo que es reiteradamente recordado por Francisco, pero sí para desvelar alguna de sus preocupaciones por las que el Papa invita, más aún, urge a la Iglesia a una renovación profunda en el ámbito de la misión.
De la recurrente repetición de expresiones de carácter misionero que han hecho fortuna en el lenguaje eclesial merece la pena destacar la de “discípulos misioneros”, felizmente acuñada en Aparecida, que ilumina esta Jornada del Domund y justifica su propuesta: “Cambia el mundo”. “Discípulos” es la condición esencial de quien se ha sentido llamado a tomar parte en el anuncio del Evangelio, movido por esa “pasión por Jesús” que es la misión. Este es, en definitiva, el mandato del Señor: “haced discípulos”. A la hermosa realidad del discipulado se suma la de ser “misioneros”, que no es un simple adjetivo de operatividad, sino la expresión de quien tiene “pasión por el pueblo” (cf. EG 268).
Es la dimensión cósmica y universal del anuncio de la Buena Nueva. Esta es la razón por la que Francisco insiste reiteradamente en la necesidad de la renovación y conversión del corazón, que comporta una refundación, una recalificación según las exigencias del Evangelio.
Las recientes palabras del Santo Padre a los directores nacionales de OMP son prueba de ello: “No se trata simplemente de replantear las motivaciones para mejorar lo que ya hacéis. La conversión misionera de las estructuras de la Iglesia requiere santidad personal y creatividad espiritual. Por lo tanto, no solo renovar lo viejo, sino permitir que el Espíritu Santo cree lo nuevo, […] haga nuevas todas las cosas. Él es el protagonista de la misión: es él el “jefe de la oficina” de las Obras Misionales Pontificias. Es él, no nosotros”.
Cambia el mundo
La Dirección Nacional de las Obras Misionales Pontificias en España ha propuesto, en efecto, como lema para el Domund 2018, “Cambia el mundo”. La apuesta es audaz y atrevida. Produce una cierta sonrisa de incredulidad. Sin embargo, no es otra cosa que lo que hace la Iglesia desde su nacimiento, lo que hacen los misioneros cuando son enviados al mundo, lo que hace cualquier cristiano que se ha tomado en serio el ser discípulo misionero.
El cambio que promueve el Domund nace del corazón donde ha entrado Dios. Desde un corazón que ama se vence el egoísmo, se deja de pensar solo en las necesidades propias y se comienza a pensar en las necesidades de los demás. Se sale, de las cuatro paredes del confort, al mundo sin fronteras. El Señor da fuerza y acompaña a quien emprende este camino, que es el camino del discípulo misionero. “Esta transmisión de la fe, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el «contagio» del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dilatados por el amor”, dice el papa Francisco en su Mensaje para esta Jornada Mundial de las Misiones.
Una mirada a los pueblos evangelizados desde el minuto cero certifica que este cambio es susceptible de llevarse a cabo, porque no se trata de planes que no se puedan abarcar, sino de acciones que se puedan realizar. Por eso, no se puede hablar de la evangelización como algo “teórico”, sino como una transformación real. De hecho, Obras Misionales Pontificias propone a los misioneros como ejemplo de que el cambio en el mundo es posible. Ellos lo provocan con su “vida y obra”; con acciones concretas que han transformado la realidad de pueblos y personas con nombre y apellido. Solo desde esa “proximidad” se va produciendo poco a poco el cambio global.
Y es que el gran cambio que transforma los corazones esclavizados por el individualismo, el espiritualismo, el encerramiento en pequeños mundos, la dependencia, la instalación, la repetición de esquemas ya prefijados, el dogmatismo, la nostalgia, el pesimismo, el refugio en las normas, llega a través de cambios pequeños, es posible y está al alcance de todos: “Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy. Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia»” (GE 169).