Ser seguidor de Cristo es haber escuchado al Señor, que nos invita a entrar en su morada para celebrar con nosotros una gran fiesta, en la que no falta de nada: buen vino, comida abundante, bailes, risas, compañerismo, amistad… Jesús quiere que participemos de su alegría, de sus riquezas, de su amor…, y, ¡encima, ponemos pegas y condiciones!
Pero no es solamente eso: es que quiere contar contigo y conmigo para animar a otros a que se unan a su gran banquete. Sí, quiere que los bautizados sintamos la alegría de poder ayudar a otros a encontrarse en la mesa con el Señor, y hacernos a nosotros, pobres hombres, partícipes de su generosidad para con todos.
Jesús ha venido a este nuestro mundo para que la persona, de cualquier condición, raza, color, situación social…, pueda descubrir el verdadero motivo de la alegría capaz de hacer superar las dificultades y las cruces, pequeñas o grandes, que cada uno de nosotros hemos de llevar. Por eso, en el Evangelio, el Señor nos interpela: “Id”, no os quedéis contemplándoos a vosotros mismos, no os encerréis en la autocomplacencia de tener una buena comida y compañía. ¡Salid!, buscad a quien todavía no ha encontrado el verdadero sentido de su vida y de su vocación. Como tanto le gusta decir al papa Francisco, ¡sal de tu autorreferencialidad!
“E invitad a todos al banquete”; salgamos a hacer que los hombres y mujeres de hoy tengan la oportunidad de descubrir que el Señor les llama, les invita, les ama. Como Jesús hace con nosotros, no forzamos, no presionamos: les invitamos como quienes saben de lo que el corazón del hombre está necesitado, y les mostramos la belleza de lo que Dios tiene preparado para cada uno.
“Id e invitad a todos al banquete” (cf. Mt 22,9). Esta frase es la que el Papa ha elegido como lema para el Domund de este año 2024. Y es un lema precioso para entender, por un lado, la vocación cristiana al apostolado, a la misión. Porque todos somos discípulos misioneros. Pero, por otro lado, también nos hace descubrir la razón por la que la Iglesia existe y es necesaria hoy: para invitar a todos los hombres del mundo a entrar en el palacio maravilloso que Dios ha preparado para nosotros; y así, nos emocionamos y nos alegramos cuando vemos el esfuerzo que la Iglesia está haciendo por llegar a los sitios más recónditos de este mundo nuestro.
Y este lema, además de recordarnos esta bonita exigencia de nuestra vocación, nos habla también de la eucaristía. Porque el banquete al que Jesús nos está invitando no es solo el cielo, al que queremos llegar cuando nos toque y en el que queremos encontrarnos con todos los hombres y mujeres que le han amado. Ese banquete se hace presente ya, también, en nuestra vida mortal, en nuestro mundo actual. El Señor quiere invitar a todos a participar del banquete de la eucaristía, en el que Él mismo se nos da como alimento, como manjar, como viático para la vida eterna.
Los misioneros están invitando a todos con los que se encuentran a entrar en el banquete en el que Cristo renueva su sacrificio salvador, y así abren las puertas del cielo para que todos ellos entren en el banquete que nunca acaba, en la fiesta para la que todos nosotros fuimos creados y pensados por Dios. Siéntete enviado también tú a esta preciosa misión de la Iglesia, y apoya con tu oración, con tu sacrificio ofrecido y con tu donativo a que muchos hombres y mujeres ¡entren en el banquete de Dios!